EL BLOG D R A
miércoles, 29 de marzo de 2017
El término con que se la designa proviene del latín ‘sella’, que deriva del verbo ‘sedere’: “sentarse”.
Los documentos obtenidos de las sillas usadas en Egipto, aparecen en jeroglíficos pintados en las paredes de las cámaras sepulcrales, donde se muestra a hombres y mujeres sentados en sillas con respaldos
En el Imperio Romano se realizaban sillas de marfil. Los magistrados usaban sillas a las que se denominaban “curules”.También existían los “scammun”, que eran una especie de tarimas con respaldo.La civilización griega dejó varias muestras del uso de la silla en esculturas, desde el Siglo de Pericles. Incluso Homero cita la silla de Penélope, de marfil y plata.
domingo, 26 de marzo de 2017
jueves, 22 de diciembre de 2016
miércoles, 21 de diciembre de 2016
domingo, 11 de diciembre de 2016
El 1 de enero de 1959, al enterarme de que Fulgencio Batista había huido
de Cuba, salí con unos amigos latinoamericanos a celebrarlo en las
calles de París. El triunfo de Fidel Castro y los barbudos del
Movimiento 26 de Julio contra la dictadura parecía un acto de absoluta
justicia y una aventura comparable a la de Robin Hood. El líder cubano
había prometido una nueva era de libertad para su país y para América
Latina y su conversión de los cuarteles de la isla en escuelas para los
hijos de los guajiros parecía un excelente comienzo.
En noviembre de 1962 fui por primera vez a Cuba, enviado por la Radiotelevisión Francesa en plena crisis de los cohetes. Lo que vi y oí en la semana que pasé allí —los Sabres norteamericanos sobrevolando el Malecón de La Habana y los adolescentes que manejaban los cañones antiaéreos llamados “bocachicas” apuntándolos, la gigantesca movilización popular contra la invasión que parecía inminente, el estribillo que los milicianos coreaban por las calles (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”) protestando por la devolución de los cohetes— redobló mi entusiasmo y solidaridad con la Revolución. Hice una larga cola para donar sangre e Hilda Gadea, la primera mujer del Che Guevara, que era peruana, me presentó a Haydée Santamaría, que dirigía la Casa de las Américas. Esta me incorporó a un Comité de Escritores con el que, en la década de los sesenta, me reuní cinco veces en la capital cubana. A lo largo de esos 10 años mis ilusiones con Fidel y la Revolución se fueron apagando hasta convertirse en críticas abiertas y, luego, la ruptura final, cuando el caso Padilla.
En noviembre de 1962 fui por primera vez a Cuba, enviado por la Radiotelevisión Francesa en plena crisis de los cohetes. Lo que vi y oí en la semana que pasé allí —los Sabres norteamericanos sobrevolando el Malecón de La Habana y los adolescentes que manejaban los cañones antiaéreos llamados “bocachicas” apuntándolos, la gigantesca movilización popular contra la invasión que parecía inminente, el estribillo que los milicianos coreaban por las calles (“Nikita, mariquita, lo que se da no se quita”) protestando por la devolución de los cohetes— redobló mi entusiasmo y solidaridad con la Revolución. Hice una larga cola para donar sangre e Hilda Gadea, la primera mujer del Che Guevara, que era peruana, me presentó a Haydée Santamaría, que dirigía la Casa de las Américas. Esta me incorporó a un Comité de Escritores con el que, en la década de los sesenta, me reuní cinco veces en la capital cubana. A lo largo de esos 10 años mis ilusiones con Fidel y la Revolución se fueron apagando hasta convertirse en críticas abiertas y, luego, la ruptura final, cuando el caso Padilla.
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